domingo, 18 de mayo de 2008

Planeador Azul de H.

Elegida entre todas las risas, permaneció una... Alocada, retorcida, contrariada y por combatida, preciosa.
Hacer el amor de manera japonesa con el dueño de la risa. Un recuerdo de lentitud delicada, sodastéreo, timidez y diferencias en un fluír de corriente eléctrica que separa, con una frontera invisible, la entrega del temor.
Temerle a esa risa... Sentir miedo de que se convierta en el centro de mi universo, eje rotacional de mi motor interno, ese que me obliga a tomar la pluma y escribir sinsentidos.
Esperar el retorno de ese cuerpo, que marcó con fuego la diferencia entre el suyo y ese otro mar de cuerpos que llegaron a mí, naufragando en la costa, ante el terror de la visión de mis acantilados sin bahías.
Saber que, de una grieta en la roca, se levantó un muelle de cristal y una delgada soga de plata invitó a un momento sagrado de calma. En medio de las tormentas que agitan mi costa, tu barco, conocedor de turbulencias, acarició esa paz precaria y pediste recorrer mi continente, sin saber que tu huella permanecería como un signo de alerta ante otros posibles visitantes.
Te dejé recorrer mi universo azul, la oscuridad de mis bosques... Permití que las criaturas, peludas o aladas que lo habitan, lamieran las heridas de tus muchas batallas, mientras yo seguía de lejos, subida a un globo aerostático, cada movimiento de tu sombra, curiosa y experta.
Pero la tormenta llamaba, amenazando romper la amarra de tu barco, dejándote en una tierra plagada de terremotos, incierta y temerosa, sólo ávida de visitantes pasajeros. Y así, te ví saltar sobre el timón y me entretuve mirado tu rastro en la arena, buscando la manera de olvidar las caricias que mi tierra de lapizlázuli había recibido de tus manos suaves y el reflejo de mis atardeceres, en tus ojos oscuros.
Me distraje. Me divertí olvidándote, recorriendo los caminos que habías andado, para cerrarlos para siempre y así demoler el muelle, tirar al mar bravo mi catalejo y no ver como tu barco se alejaba.

Pasó el tiempo...Olvidé todo, olvidé tanto, que hasta tu nombre se convirtió en un sendero y fue el miedo a recordar la sensación de tu piel dentro de la mía, el que me hizo olvidar que había dejado mi perfume de hojas en tu cuerpo, mis orgasmos en la memoria de tu sexo. Fue ese gemido suave, en la retina de tus oídos, el que unió las frases para que, un día de invierno te acercaras, tenue e imperceptible, subido a tu planeador azul y lo posaras, en silencio, muy cerca del lugar adonde yo ya no te esperaba con la Tierra Abierta, pero sí, con una sonrisa, sincera de amiga y una cocacola.