miércoles, 28 de mayo de 2008

El barco

Moscas sobrevolando la habitación de techo alto. El cilindro metálico ya no proyecta sombras y luces sobre las paredes y los pájaros asombran trinos al escuchar guitarras. Las guitarras los copian, divertidas y enfiestadas de risa. Las voces se suman, en caótica sinfonía.

No hubo que usar la grieta para salir al mundo exterior. Fluídos conjugados se adueñan del lugar y conspiran junto a las manchas de humedad del techo, planes secretos para que no abandonemos el barco, que navega Barracas y la plaza, inconsciente de su misión salvadora. El olor a rancio de las frazadas sucias se mezcla con el olor a sexo y el viento no deja de jugar con las bolsitas de papel que hay en el piso.

Desde la plaza, gritos de chicos que descubrieron, en la fuente, el mar.

Pasa una murguita, que le recuerda a Buenos Aires, que todavía hay corazones que saben latir.


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